Con cien cañones por banda

Toni Soler

EXTINCIÓN. Cosas que están en peligro de desaparecer en España: el catalán, el euskera, el gallego, la sardana, el lince ibérico, la industria textil autóctona, los zapateros remendones, las librerías de barrio, las zonas de fumadores, los hermanos de leche, el atún mediterráneo, los bocadillos de atún, algunos nombres como Ramon, Montserrat o Aniceto, los videoclubs, las fotonovelas, los tiralíneas, las puestas de largo, Georgie Dann, el posfranquismo, el posmodernismo, el carlismo, el PCE, el pijama (como postre). Y muchas cosas más, entre las que no se halla, huelga decirlo, la lengua castellana, que no sólo no retrocede, sino que gana posiciones en todo el mundo.

Pues bien, a Miguel Delibes, Mario Vargas Llosa, Esperanza Aguirre, Albert Boadella y Telecinco - curioso cóctel patriótico- lo que les preocupa es que se extinga el español en los territorios que se emperran en seguir teniendo lengua propia, a diferencia de los ancestros indios de Vargas Llosa, que siglos atrás se dejaron asimilar con encomiable espíritu cosmopolita. Es impresionante el celo con el que estos hombres de la cultura defienden a la lengua mayoritaria y expansiva, la fría indiferencia con la que asisten al desplome del catalán (que presentan como un hecho natural, una fatalidad sin causa conocida) y la furia que muestran cuando - por fin- en Catalunya nos atrevemos a plantar cara al desastre, equiparando legalmente ambos idiomas, a menos que el Tribunal Constitucional se oponga. Por supuesto, los firmantes dicen que no les importa el castellano, sino los derechos individuales. Qué falta de coraje. Qué difícil respetarles.

ROJEZ. El éxito deportivo de la roja en la Eurocopa de fútbol ha significado una estupenda coartada para que el españolismo catalán salga de las catacumbas. Es cierto que, en contraste con el fervor patriótico desatado en el resto de la Península, las celebraciones por aquí han sido discretas y poco concurridas. Tampoco ha habido manifestaciones en sentido contrario, ni hemos tenido los reflejos de Ibarretxe al contraprogramar la euforia futbolera con su referéndum soberanista. El aficionado catalán medio desea la victoria de España: lo contrario (que también se da, pero en ambientes politizados) sería pedir demasiado.

Es demasiado para cualquier aficionado catalán no apoyar a Sabih, Capdevila, Cesc y Puyol, que además, junto ocon sus compañeros, han desplegado un juego excelente. Es demasiado mostrar resistencia ante el alud nacional-televisivo, en el que el polanquismo ha dado una lección de patriotismo guay. Es demasiado, finalmente, ejercer la catalanidad en un ámbito en el que a Catalunya se le niega la existencia. Y a pesar de todo, el apoyo catalán a la roja es mecánico y cerebral. Cualquier pachanga de la selección catalana reúne a más público. Imaginen, por un momento que la semifinal la hubieran disputado Catalunya y Rusia.

Imaginen el aspecto de nuestras calles y plazas, de Canaletes... Pero mientras no exista selección catalana, buena parte de la población seguirá con los estímulos castrados. Cualquier muestra de españolismo futbolero en Catalunya tendrá el pecado original de lo forzado, lo obligatorio.

Y todavía hay quien advierte de los peligros del nacionalismo, mientras grita “¡podemos!” junto a esta extraña coalición de progres y patriotas, con Manolo el del Bombo, Juan Antonio Camacho, Nico Abad y Àngels Barceló enfundados en su camiseta roja, el rojo de Cuatro y de España.

Con cien cañones por banda
QUÉ HAY DE LO NUESTRO
La Vanguardia [29/06/2008]